2009/09/06

La huella de Malintzin en la mente latinoamericana.

La raza genéricamente llamada latinoamericana tiene incrustada en su profundo ser la marca de una mezcla de razas, la europea, mayoritariamente representada por los españoles, y los aborígenes americanos de una multitud de etnias dispersas desde el norte de México hasta Chile y Argentina. La mezcla no fue homogénea ni uniformemente distribuida, en algunos sitios los europeos decidieron hacer suyas a las nativas y utilizaron a los hombres como fuerza de trabajo o de guerra, en otros simplemente decidieron exterminar a la población encontrada.

El encuentro de las razas no fue dulce ni sutil, un calificativo más apropiado sería el de brutal. Esa brutalidad no sólo se aprecia en las acciones bélicas de la conquista sino que puede encontrarse en aspectos más sutiles de tipo cultural y religioso. Las costumbres de orden religioso que se gestan durante la colonia en Latinoamérica influyen decididamente en el comportamiento actual de los individuos resultantes de aquella mezcla.

Hay hechos que sin la presencia de armas ni sangre dejaron huellas muy hondas en lo que empezaría a moldear el inconsciente colectivo de la raza resultante de la mezcla. Vale la pena recordar ciertos pasajes de los primeros momentos del encuentro a la luz del entorno sociocultural de esa América aún no descubierta de hace quinientos y tantos años.

Entre las poblaciones indígenas de lo que ahora es México y Centro América existía el culto al gran dios Quetzalcóatl, la serpiente emplumada. Quetzal, el ave, cuyas plumas representan la espiritualidad y Cóatl, la serpiente, que simboliza el cuerpo, lo material. Una de las posibles encarnaciones de Quetzalcóatl es la de un hombre blanco y barbado, tal vez un vikingo extraviado que llegó por accidente a las costas del golfo, sin duda, un espécimen muy singular para gente de piel morena y escaso bello corporal. Por sus armas e implementos de hierro así como sus conocimientos novedosos, el extraño, fue acogido y respetado en el altiplano y posteriormente en el área de los mayas, por ello su culto al paso del tiempo y ya como dios, se extiende por una considerable área geográfica y con muchas variantes para la explicación de su origen, su significado, su parentesco y relaciones con otros dioses, pero siempre muy venerado y considerado parte de las principales deidades.

Años después cuando llegan las primeras expediciones españolas a las costas orientales de Mesoamérica se dan sucesos de extrema importancia que impregnan la mente de los nativos que ahí habitaban. Uno, el de las primeras visiones de una suerte de artefacto flotante que se aproxima como un pequeño punto en el horizonte y que al acercarse toma dimensiones cada vez más y más grandes, hasta convertirse en “el mayor animal o cosa” en movimiento jamás antes visto y que finalmente reposa ahí, majestuoso, una vez anclado en preparación para el desembarco. Si uno nunca ha visto, ni imaginado una carabela con sus enormes velas e impresionante tamaño y si uno sabe que aventurarse mar adentro es poco seguro en las primitivas canoas disponibles en el lugar, seguramente supondrá que lo que se está presenciando es de origen divino, de origen diabólico o un simple producto de la imaginación, pero del todo inexplicable.

Boquiabiertos los nativos observarán como se descuelgan de “aquella cosa” pequeñas embarcaciones, más parecidas a las suyas, llenas de algo que parece gente pero que no vienen con el cotidiano taparrabo, sino que portan trajes que producen destellos a la luz del sol. Con una mezcla de curiosidad y miedo esperarán, ocultos tras palmeras y hierbas el arribo de aquél sueño o, tal vez, pesadilla. Por su lado los españoles, que vendrán preparados para cualquier sorpresa con escudos y armas listas para la refriega, llegarán a la playa y pesadamente posarán, oficialmente, las primeras plantas europeas en suelo continental americano, portando banderas y estandartes religiosos que clavarán en la arena reclamando para su rey la nueva tierra encontrada.

Cabe aquí hacer una reflexión acerca de los complejos procesos que se estarían dando en la mente de aquellas criaturas, seres primitivos de vida más bien rudimentaria, guiada en lo material casi exclusivamente por la supervivencia y motivada espiritualmente por ideas religiosas politeístas y dogmáticas donde todo lo que no podía explicarse con la ayuda de los elementales recursos del conocimiento popular y de la razón tendría que ser parte de lo misterioso y sobrenatural.

¿Qué podrían esperar los nativos? Una guerra, tema que no les era desconocido, pero ahora ante un enemigo demasiado extraño y tal vez poderoso. O una visita de los dioses, ya que sus ancianos habían hablado de un Quetzalcóatl blanco y barbado como los que ahora se paraban en la playa escrutando tierra adentro y blandiendo espadas de un material extraño que pareciera ser más resistente que la piedra y la obsidiana. La otra posibilidad, la de un simple acercamiento amistoso tendría muy poco sustento, ya que generalmente los diversos pueblos de la región acostumbraban visitarse para pelear y ganar esclavos, territorios y tributos, donde los papeles de pueblo dominado y dominante eran parte de la experiencia comúnmente generalizada y aceptada.

Esos primeros días del desembarco deben haber causado todo un revuelo y no sólo en la costa pues existía una red de comunicaciones que aún con las limitaciones propias de la era funcionaba muy aceptablemente. La noticia de la llegada de seres extraños, tal vez dioses, tal vez guerreros, se extendió muy rápido por todos los confines de la región mesoamericana, inquietando mentes al por mayor.

El primer contacto debe haber sido cauteloso pero socialmente correcto, tanto europeos como nativos, una vez que lograron verse frente a frente, estarían nerviosos, expectantes. Habría primero saludos con el auxilio de los gestos, diciendo hola con una flexión del cuerpo, blandiendo una mano y teniendo el arma en la otra, con la barrera del idioma siempre en medio. Los nativos habrían invitado a pasar un poco más tierra adentro, a la sombra, donde podrían ofrecer algo que tomar y comer a los visitantes. Los europeos dudarían al principio, pensarían que podría tratarse de una trampa, pondrían gente a cuidar la retaguardia, cubriendo una posible retirada repentina, sin embargo vendrían preparados con algunos regalos para ofrecer amistosamente. Formas de convivencia social que tienen las civilizaciones de suyo, casi sin importar su estado de desarrollo.

Las hostilidades deben haberse iniciado por cualquier motivo, una aproximación demasiada cercana de uno u otro lado, el roce de una espada con una pierna, la llegada de más nativos acomodándose alrededor del lugar dando la apariencia de una emboscada, en fin, cualquier suceso pudo haber provocado el primer golpe de arma, sea de metal o de piedra, y de ahí se desbocaron las acciones hasta haber culminado con un río de sangre, mayoritariamente indígena por la superioridad del armamento europeo. Baste considerar el golpe de una espada de hierro contra un escudo de armazón de madera con recubrimiento de palma y plumas frente al de una daga de obsidiana o una lanza de madera sobre un escudo metálico.

Para entender las razones que podrían precipitar los acontecimientos bélicos hay que contextualizar la situación de los extranjeros que llegan a la plataforma continental del nuevo mundo. Ya no eran los primeros exploradores que viajaron con Colón sin entendimiento pleno de lo que habían logrado, sino que los de ahora tenían cabal conocimiento de la causa que abanderaban y para la cual tenían justificación legítima, su causa no tenía otro nombre más que el de conquista.

Cuando Colón lleva a Europa, en repetidas ocasiones, noticias de lo mucho que había descubierto y de lo mucho que habría por descubrir, las autoridades eclesiásticas se llenan de interés por lo que ello representa para el crecimiento de su ámbito de acción. No olvidar que los gobernantes que auspician los primeros viajes son Isabel y Fernando, los Reyes Católicos.

Las primeras colonias establecidas se dan en las islas del mar Caribe, las mayores, en las actuales Dominicana, Cuba y Jamaica que reciben asentamientos que muy pronto cuentan con una autoridad religiosa y una civil, ésta generalmente subordinada a aquella. Tan sólo unos años después del descubrimiento, se gestan las primeras ideas de los derechos que tiene la Corona Española sobre el Nuevo Mundo, derivándose de ello las Leyes de Burgos, que legitiman la conquista. Es curioso observar los empeños en justificarla mediante su comparación con las historias bíblicas de los libros de Moisés, de tal modo que los españoles asumen el papel de los israelitas de aquellos tiempos y la guerra contra los infieles es considerada un derecho de los cristianos para honrar el nombre de su Dios. La conquista violenta se puede tolerar porque debido a la idolatría de los paganos Dios los priva de sus tierras para entregarlas a los fieles (caso de Abraham recibiendo las propiedades de los cananeos), por ello el Papa, como representante de Dios, pone bajo responsabilidad de los Reyes Católicos los nuevos territorios con la consigna de procurar la conversión de sus habitantes al catolicismo y proceder como sea requerido en caso de resistencia, ya que hay testimonio de que los indígenas son manifiestos idólatras y se matan unos a otros, incluso por el aspecto de algunos, más cercano a los simios que a los europeos, se llega a dudar de que posean alma.

No hace falta explicar los sentimientos que podían imbuir a los conquistadores que llegan al continente ese tipo de leyes y sus considerandos. A la menor provocación podían asestar un golpe de espada, tomar una indígena, esclavizar un nativo reclamando su casa y tierras tan sólo por no creer en el mismo Dios.

Los conquistadores subidos en caballos, animales desconocidos hasta entonces en Meso América, portando armaduras de hierro, luciendo pieles blancas y pelo en la cara, matando, abusando y saqueando con enorme facilidad y mayor impunidad, impresionan de forma mayúscula la mente de los nativos que, asustados, pueden atestiguar los hechos y tienen la suerte de vivir para contarlo.

Muchos indígenas comprenden su inferioridad bélica y declinan todo intento de defensa, poniéndose a las órdenes del pueblo dominante, así como había sido siempre en la historia de los pueblos nativos, cuando llegaba uno que dominada y esclavizaba al otro, tal vez con la misma crueldad, y a veces más, que ahora. Hasta ahí no había cambio, lo que impresionaba era el uso de recursos tan distintos, tan alejados de la naturaleza conocida hasta el momento. Se llegó a imaginar que el hombre montado en caballo era una sola entidad indisoluble.

A ese grado de estupor, de sorpresa, que reinaba en el ambiente de los primeros contactos faltaba añadir el toque espiritual. Y es entonces cuando llega el siguiente gran acontecimiento, el desembarco de los frailes que casi siempre acompañaban las expediciones de reconocimiento y conquista, con las encomiendas de realizar los servicios religiosos propios de la fe católica que profesan los españoles, de proteger a los indígenas de los excesos de esos fieles y de la evangelización de los conquistados.

Es posible imaginar al grupo de soldados, armados, formando una barrera de protección por si acaso se diera una rebelión de los nativos, con la mirada en la lancha que trae desde la embarcación mayor a los hombres de Dios. Alrededor, expectante, una posible multitud de indígenas que ya no sabe que más pueda suceder, el poder de las armas y la superioridad de los extraños ha quedado plenamente manifiesta, tal vez la profecía del regreso de Quetzalcoátl está por cumplirse porque ahora los europeos tienen una actitud de respeto y hasta veneración hacia quien viene llegando a la playa. La lancha por fin arriba y es arrastrada fuera del agua por algunos voluntarios, en su interior vienen un par de remeros y unos pocos hombres vestidos de color café, saltan a la playa ayudados por los soldados y a diferencia de ellos muestran unos pies descalzos, traen por toda arma una cuerda atada a la cintura y una cruz colgando del cuello. No viene ninguna otra criatura más impresionante, no se atisba ningún gigante rubio, barbado, vestido con los lujos propios de una deidad, no parece que haya llegado Quetzalcoátl en esa lancha.

De pronto, todos los soldados ponen una rodilla al piso, no sin dejar de estar atentos a la reacción de los nativos, los frailes se acercan al centro de la comitiva donde se encuentran los jefes de la expedición que se han descubierto la cabeza, que ahora se arrodillan y toman la mano de los llegados y la besan. La actitud de los superiores aún armados con hierro es de auténtica veneración, los frailes ofrecen palabras piadosas ante el saludo y hasta se atreven a tocar ligeramente la cabeza de los que con la vista baja esperan su bendición.

¿Por qué? ¿Quiénes son que tan humildemente se muestran? ¿Cómo pueden, sin más arma que una cruz en el pecho, hacer que los poderosos soldados se postren ante ellos? ¿Qué poder tan mágico encierra esa cruz?

En el inconsciente de la raza que está por surgir ha sido colocada la primera piedra y se ha grabado en ella, y para siempre, la del supremo poder de la iglesia católica.

La historia de la conquista narra que Hernán Cortés realiza varias expediciones por las costas de lo que ahora es el Golfo de México pero finalmente decide desembarcar el Jueves Santo de 1519 en la desembocadura del río Jamapa, y al día siguiente se ocupa de la fundación oficial de la primer población en el continente, a la que llama la Rica Villa de la Vera Cruz, y entre las chozas del lugar y la artillería por él llevada, el fraile Bartolomé Olmedo y el clérigo Juan Díaz celebran la misa del Viernes Santo, una de las más importantes en el calendario de las celebraciones católicas, a la que ningún fiel puede faltar y en la que los momentos de la consagración y la comunión son extremadamente solemnes, melancólicos y dolorosos pues se está remembrando nada menos que la muerte de Jesús, el Salvador y pilar del cristianismo. No se podría escoger mejor evento para enmarcar el nacimiento de la que sería a la postre la Nueva España y darle el toque de catolicismo fanático que tendría en el futuro.

Durante las expediciones previas a la fundación de la Rica Villa, Cortés estuvo en las costas de Yucatán y en las de Tabasco, en estas últimas venció a los nativos en la batalla de Centla y el 15 de marzo de 1519 recibió como tributo de parte de los caciques mayas vencidos algunas piezas de oro, mantas y 20 mujeres esclavas, que fueron bautizadas, entre ellas iba una a la que le dio el nombre de Marina y la regaló a uno de sus nobles capitanes, Alonso Hernández Portocarrero. Pronto, Cortés descubre que esa mujer tiene la habilidad de hablar maya y náhuatl, la lengua del altiplano, por ello la usa como intérprete junto con Jerónimo de Aguilar, náufrago español que había llegado un tiempo antes a Cozumel, aprendiendo ahí el maya, y que fue rescatado de esa isla en la primer expedición de Cortés. Así Cortés podía tender un lazo de comunicación en náhuatl – maya con Marina y ya entonces maya – castellano con Jerónimo, cuestión fundamental para una misión de conquista.

Malintzin Tenépatl nació posiblemente hacia el año de 1502 en Coatzacoalcos, población del hoy estado de Veracruz, y tal vez era de la clase alta de su sociedad ya que sus padres serían caciques uno de Painala, su padre y la otra de Xaltipa, su joven y hermosa madre.
Malintzin fue cedida como esclava a los mayas después de que vencieran en guerra a los aztecas de la zona, a los que pertenecía la gente de ella y que hablaban náhuatl. Cuando fue tributada era aún niña por lo que pronto aprendió la lengua de sus nuevos amos, la maya.

Al nombre náhuatl original de Malin se le agrega el sufijo tzin para indicar la jerarquía y/o nobleza de la chica, pero con la extraña y bien arraigada costumbre de los españoles que parecen incapaces de pronunciar debidamente las palabras que oyen, al menos en el nuevo mundo, tienden a transliterarlas y así concluyen que Malintzin se llama Malinalli y hasta Malinche, siendo éste último el más conocido.

Entonces Malintzin tiene unos 17 o 18 años cuando Cortés la recibe y pronto demuestra su habilidad para las lenguas, de modo que ya convertida en doña Marina es capaz de comunicarse directamente en castellano y puede informar a los europeos acerca de las costumbres sociales, militares, económicas y religiosas tanto de los aztecas como de los mayas. Su belleza y facilidad de palabra la hizo partícipe de misiones de tipo diplomático en los primeros contactos entre españoles y aztecas del altiplano. Cortés la quiso para sí y tuvieron un hijo, Martín, su primogénito pero bastardo pues en aquella época sólo los hijos tenidos en matrimonio podían ser legítimos. Posteriormente nacería otro Martín Cortés, pero ahora sí de Hernán y su esposa, Juana de Zúñiga.

Esta breve etapa de la vida de la joven Malintzin, en sus tempranos 20 años que es cuando Cortés la mantiene cerca como apoyo para su aproximación a los aztecas de Tenochtitlán, es la que refleja y resume de manera muy vívida el encuentro de las razas.

A Malintzin se le puede considerar, en cierto sentido, como la madre de la raza latinoamericana, pues es una de las tantas nativas que es poseída por un español y da a luz un mestizo, y aunque se contarán por miles las que vivieron similares experiencias en los inicios del contacto interracial, es Malintzin quien tiene al primer hijo del jefe de los conquistadores y es ella por tanto quien se erige como primera dama del conquistador. Tan es así que en las crónicas de la conquista ella es reconocida y hasta respetada presentándola como Doña Marina, anteponiendo el Doña que para el español es signo apreciable.

Malintzin siendo una joven azteca, bonita a los ojos de propios y extraños, se gana el favor del jefe supremo y de sus hombres, al punto que con su habilidad multilingüe los acompaña desde la costa del golfo hasta el centro del imperio azteca, pasando entre los diversos grupos que habitan las zonas intermedias cumpliendo con labores negociadoras con aquellos que habiendo sido sometidos por los aztecas podrían convertirse en aliados de los españoles.

Cortés reconoce, según alguno de sus biógrafos, que fue con la ayuda de Dios primero y de Malintzin inmediatamente después, la única manera en que podía haber tenido éxito en su campaña conquistadora. Hubo, claro, momentos difíciles, el más famoso es el que acontece durante uno de los intentos de ataque a Tenochtitlan que es repelido bravamente por los aztecas y Cortés llora su derrota hacia la noche de aquél aciago día bajo un árbol que se hace de fama bajo el nombre de “el árbol de la noche triste”. Y según narraciones del acontecimiento, los hombres que habían quedado a las afueras de la ciudad, en espera de la avanzada final, cuando conocen del fracaso se preocupan también por la suerte que pudo haber corrido Malintzin, pues era parte del equipo de ataque. Por fortuna terminan todos alegrándose porque también ella resulto ilesa.

Los latinoamericanos que nacieron años después y que conocen de las andanzas de Malintzin entre los conquistadores erigen casi de inmediato una tela de juicios negativos frente a ella. No la consideran como la madre que de otra manera pudo haber simbolizado, sino que la ven como una traidora, como una mujer que con tal de gozar de los favores del jefe era capaz de traicionar a su propia raza. Sin embargo habrá que recapitular en el limitado papel que un esclavo podía jugar en las sociedades mesoamericanas de aquellos días, papel que simplemente trasladó Malintzin de unos amos mayas a otros amos españoles.

La esclavitud en esa época era totalmente normal. Y era bien sabido que muchos de los esclavos tomados como prisioneros de guerra servirían para sacrificios buscando halagar a los dioses. Se sabe que para la ceremonia de consagración del Templo Mayor en Tenochtitlan se sacrificaron unos ochenta mil individuos y habría que añadir que para muchos de ellos fue un honor perder la vida en tan magno suceso, pues la visión de la muerte era diametralmente opuesta a la visión que de ella tenía el europeo y de donde heredamos la que en la actualidad prevalece. Curiosamente dicha ceremonia es conocida por los españoles que años después siguen tratando de justificar la conquista y dicen que no es coincidencia que sea 1485 el mismo año de esa consagración y el del nacimiento de Cortés y que fuera el clamor de tal multitud de almas sacrificadas el que movió a Dios a mandar a Hernán a remediar tanto mal, así como mucho antes tuvo que haber mandado a Moisés a Egipto.

Malintzin entonces inicia su desempeño como una fiel y obediente esclava, a la que se le pide, se le ordena, realizar ciertas tareas y ella las cumple diligentemente. Se le pide que narre su vida entre los aztecas y da todos los detalles que recuerda de su infancia, se le dice que ahora hable sobre lo que vivió entre los mayas y describe todo lo que vio y supo de esa gente desde su condición de esclava allá. Hace saber a los españoles del poderío azteca que había logrado someter a un sinfín de pueblos cercanos y lejanos, que los dominaban e imponían pesadas cargas tributarias gracias a sus famosos guerreros que aterrorizaban poblaciones enteras. Les cuenta que muchas riquezas son llevadas a la gran Tenochtitlan, ciudad famosa, casi legendaria, que ostenta el centro del imperio. Mucho de lo que ella pueda decir es lo que habrá oído decir a otros, pues no habría tenido ocasión de viajar demasiado, si acaso su transporte de su lugar natal a la zona maya de Tabasco, que no es un viaje muy largo.

Malintzin es entregada a su primer dueño español, Alonso Hernández, quien probablemente disfrutó de su belleza y su juventud durante un corto periodo de tiempo pues fue enviado a España como emisario de Cortés ante el Rey Carlos V al poco tiempo de la fundación de la Rica Villa. Muy probablemente Cortés ya había detectado en la mujer la singularidad que la caracterizaba y le pide a Hernández que la deje bajo su cuidado, es entonces cuando ella pasa a ser parte del personal cercano del jefe.

Ella habría desembarcado aquél Jueves Santo junto con las huestes de Cortés y habría sido testigo de la fundación de la Rica Villa de la Vera Cruz. Hasta que punto podría comprender el significado que para el continente tendía aquel acontecimiento, será un misterio, pero muy probablemente ella haría analogías con las guerras entre las etnias nativas y pensaría que se trataba de una forma ligeramente distinta de dominar pueblos y presentarse como los nuevos amos dominantes del lugar.

En el uso despectivo que a veces se da a la palabra malinchista va implícito el calificativo de vende patrias, intentando aludir a lo que se pretende asociar a los actos de Malintzin, sin embargo sería necesario cuestionar si ella tendría algún concepto de patria, antes de siquiera pensar en que pudiera venderla o traicionarla. De niña cuentan los historiadores es entregada por su pueblo natal como esclava a otro pueblo totalmente distinto, por las edades probables de los acontecimientos habría vivido algo así como la mitad de su vida hasta entonces en cada uno de esos lugares, luego es tomada por los españoles y desembarcada en otro sitio de gente desconocida, de ahí acompañará a Cortés a través de los caminos que conducen hacia el centro del imperio azteca pasando entre diversas poblaciones de distintas etnias. ¿Cuál sería entonces su idea de patria? ¿A quién traicionaba Malintzin? Los aztecas eran realmente temidos y también odiados por los demás pueblos, por lo que tal vez ella no se sentiría muy cómoda siendo parte de esos aztecas con quienes quizá ya sólo la unía la lengua.

Una forma alternativa de ver a Malintzin sería como la representante femenina de la raza indígena, como el fértil receptáculo de la semilla europea que vendría aquí para crear al mestizo. Pasaría todavía mucho tiempo para que las mujeres europeas fuesen las que recibiesen simiente nativa para completar la otra mitad del mestizaje y estos acontecimientos se darían bajo condiciones excepcionales y su frecuencia sería relativamente baja comparada con la de la conjunción mujer indígena-varón español. Por ello tendríamos que pensar en un mestizaje que tiene madre americana y padre europeo casi de manera exclusiva. Entonces a Malintzin le toca ocupar el lugar de la madre simbólica del mestizo, del que al cabo del tiempo sería el latinoamericano.

Aceptando que Malintzin representa a la madre del latinoamericano se puede acotar la idea de que el mestizo es producto de la violación. Naturalmente si hubo mucho de eso, pero analizando la historia de una Doña Marina, encumbrada hasta compartir el lecho del jefe de la conquista, acompañándolo en las campañas militares, querida y respetada por los subalternos de Cortés, no se puede menos que pensar que ella consentía los acercamientos corporales que dieron origen, eventualmente, al mestizo Martín Cortés. Vale la pena también preguntarse como serían los encuentros sexuales entre esclavas y amos de los diversos pueblos mesoamericanos y, más aún, como serían las relaciones hombre-mujer de la misma etnia, tal vez un dechado de amor, tal vez siempre consentidas o tal vez no.

Cortés utiliza a Malintzin como se podría hacer uso de cualquier esclava, regalándola y retomándola a placer, pero también apreciaba sus enormes dotas políglotas y la usó en misiones de suma importancia para su estrategia colonizadora. Ella tal vez no tenía mayor derecho que el de obedecer las órdenes que recibía a costa de su vida, para ella lo de ser esclava y someterse era perfectamente normal.

Cortés la ve como una bella e inteligente joven azteca, que puede ser bien recibida entre sus enemigos, la envía con instrucciones específicas para hacer ofrecimientos, buscar acuerdos, obtener información y en general realizando misiones que hoy se llamarían de inteligencia.

El extranjero saca provecho de la nativa. Idea clavada en la mente del latinoamericano del día de hoy. Muchas razones hay para ello, Malintzin obedece casi ciegamente las órdenes, se pone en peligro de muerte en algunas de las misiones. Hay miedo entre los españoles de que no haya sobrevivido a la noche triste. ¿A cambio de qué?

Después del nacimiento de su hijo con Malintzin, Cortés decide casarla y estando en Orizaba la entrega a un hidalgo español, Juan Jaramillo, con quien procreó a su segunda hija, María Jaramillo.

Malintzin logra reencontrarse nuevamente con su madre después de la conquista de Tenochtitlan, ya convertida al cristianismo con el nombre de Marta, también conoce a su medio hermano Lázaro que era hijo de su tío con quien su madre quedó al morir su padre.

Parece ser que Malintzin muere hacia 1529 víctima de las epidemias de viruela, una de las pandemias traídas por los europeos a un continente que al no conocerlas carecía de defensas naturales para combatir tales enfermedades.

Así de abrupta es la terminación de la relación de Malintzin y Cortés, y de la vida misma de ella.

Ahora bien, se describe al latinoamericano como un espécimen singular, recubierto de características únicas, cuya explicación se remonta a su origen mestizo. Tal vez sea posible hacer un análisis de dichas peculiaridades a la luz del fenómeno Malintzin, sin por ello asegurar que para todo latinoamericano aplican y están presentes, ya que nada más cierto que cada individuo es lo que es sin calca.

El latinoamericano es… Buen tema para analizar en la próxima entrega…


Sies, México, 2009.

No hay comentarios:

Publicar un comentario